Descubriendo la cocina al horno

Todo cambió hace un par de Navidades. En casa de mi suegra olía a chamusquina, pero peor que otras veces. Estábamos todos en el salón, cuando empezamos a notar que el raro olor venía acompañado de humo. Raudos nos desplazamos hacia el lugar de los hechos, donde vimos que los langostinos se estaban pasando de vuelta y el fuego comenzaba a subir hacia las paredes. Mi suegro actuó con rapidez para evitar males mayores.

Tuvieron que venir hasta los bomberos. Se habían quemado los estores cocina, parte del armario, la encimera… La cosa fue bastante grave a nivel material, pero todos salimos bien parados físicamente. Aquella Nochebuena tan especial me supuso, sin embargo, mantener una larga conversación con mi suegra sobre la cocina al horno.

Para mí, el horno siempre había sido una especie de convidado de piedra, casi como el lavavajillas. Suelen estar en las cocinas, pero yo era más de nevera y fogones. El horno sí, para calentar unas pizzas o descongelar pan, funciones instrumentales, pero poco más. Lo de asar un pollo o cocinar una lubina al horno me parecía de 2 estrellas Michelin, algo solo al alcance de los elegidos. Pero, por supuesto, no es así.

Mientras mi suegra descolgaba los estores cocina semiquemados me empezó a indicar que el horno era súper fácil de usar para decenas de recetas, que no había que tenerle tanto miedo, y que servía para algo más que para cocinar pizzas.

Así que cuando volvimos a casa me puse el gorro de chef y empecé con el horno. Lo primero que hice fueron unas verduras al horno. La parrillada de verduras era uno de nuestros platos preferidos, pero probamos a hacerlas al horno y también quedaron muy sabrosas. Y después nos pasamos al pescado. Apostamos fuerte y fuimos a por la lubina, un pescado que nos gusta mucho cuando salimos fuera a comer, pero que nunca habíamos hecho en casa. Tengo que decir que la primera vez no nos quedó fetén, pero era comestible… De cualquier manera, el horno se ha convertido en una pieza indispensable de nuestro día a día.