En Santiago de Compostela, donde la lluvia es tan común que casi merece un asiento en el pleno municipal, el arreglo de canalones en Santiago de Compostela se ha convertido en mi cruzada personal para evitar que mi casa se transforme en una piscina cubierta sin quererlo. La primera vez que ignoré un charco sospechoso en el salón, culpé al perro por sus travesuras, pero cuando vi una gotera bailando al ritmo de la tormenta, entendí que mi tejado me estaba mandando un SOS urgente. Cuidar el drenaje no es solo una tarea de mantenimiento; es una inversión para que tu hogar no se convierta en el próximo escenario de una película de terror con paredes lloronas y muebles flotando. Si quieres dormir tranquilo aunque caiga el diluvio, te cuento cómo mantener esos canalones en forma con un poco de ojo y algo de ayuda profesional.
La inspección periódica es el primer mandamiento, porque en una ciudad como esta, donde el agua cae como si alguien hubiera olvidado cerrar el grifo celestial, un canalón atascado es una bomba de tiempo. Mi vecino Pepe, que se cree MacGyver, me enseñó a subirme al tejado con una escalera tambaleante y una linterna –spoiler: casi me convierto en noticia del día–, pero ahora sé que basta con mirar desde abajo con unos prismáticos para ver si hay hojas, ramas o nidos de pájaros montando una fiesta en los canalones. Lo ideal es hacerlo dos veces al año, sobre todo después del otoño, cuando los árboles deciden desvestirse y dejar su ropa en tu tejado; si ves que el agua se acumula en vez de correr como Usain Bolt hacia el desagüe, tienes un problema que no se soluciona con buena voluntad. Mi prima Luisa, que vive cerca de la Alameda, dejó pasar una revisión y acabó con una cascada improvisada en su patio, así que créeme: un vistazo a tiempo vale más que mil cubos.
Las reparaciones son el siguiente paso, y aquí es donde te das cuenta de que un poco de maña y los materiales adecuados pueden marcar la diferencia entre un tejado feliz y uno que te hace sacar la billetera cada mes. En mi caso, tuve que cambiar un tramo de canalón que parecía más oxidado que el coche de mi abuelo; el técnico que contraté usó aluminio lacado, que no solo aguanta la lluvia gallega como un campeón, sino que además no se convierte en un colador con el tiempo. Si encuentras grietas o juntas sueltas, un sellador de silicona puede ser tu mejor amigo, pero no te pases de listo como yo, que intenté pegarlo todo con cinta americana y acabé con un desastre digno de una comedia. Los profesionales locales me contaron que también puedes instalar rejillas protectoras para que las hojas no se cuelen, una idea tan brillante que me arrepentí de no haberla pillado antes.
Hablar de profesionales es hablar de esos ángeles con arneses que suben a las alturas para que tú no tengas que jugártela como equilibrista de circo. En Santiago, empresas como Canalones Compostela o Tejados Galicia son mi salvación; el año pasado, cuando un canalón decidió desprenderse en plena borrasca, los llamé y en dos días tenía el tejado cantando bajo la lluvia sin una gota fuera de sitio. Mi amigo Xosé, que intentó arreglar el suyo solo y acabó con una factura médica en vez de una de fontanería, me convenció de que pagar a un experto no es un lujo, sino una necesidad; estos tipos no solo saben dónde clavar un tornillo, sino que tienen el equipo para trabajar en tejados resbaladizos sin convertir tu jardín en una zona de aterrizaje forzoso.
Cada vez que miro mi tejado y veo el agua corriendo por donde debe, respiro aliviado sabiendo que el arreglo de canalones en Santiago de Compostela me ha salvado de más de un dolor de cabeza. Entre las inspecciones que te mantienen un paso adelante, las reparaciones que evitan catástrofes y esos profesionales que hacen el trabajo sucio por ti, tienes en tus manos la receta para un hogar seco y feliz. Es una pequeña inversión de tiempo y dinero que te devuelve la tranquilidad, y en esta ciudad de lluvias eternas, eso no tiene precio.