La temperatura de servicio del champán es una cuestión de especial importancia para los enófilos. De ahí que las cubiteras, enfriadores y otros artilugios deban estar siempre a mano para este público, por el impacto del exceso de calor o frío en las cualidades organolépticas de este espirituoso. Incluso la botella de champagne precio más elevado perderá parte de su sabor y aroma genuinos cuando se sirve a una temperatura inadecuada.
La icónica bebida en la Champaña francesa se remonta al siglo diecisiete, por lo que su consumo está avalado por una extensa y rica tradición: la manera perfecta de escanciarlo, la costumbre de «decapitar» la botella, la elección de la copa para potenciar su efervescencia, etcétera. Pero ¿qué hay de la temperatura?
Los enólogos y sumilleres coinciden en señalar que la temperatura idónea del champán se sitúa en los ocho grados centígrados, aproximadamente. En concreto, los champanes secos han de servirse a seis, siete u ocho grados, para evitar desequilibrios en su grado de dulzor. Los champanes ‘brut’ y ‘extra brut’, por su parte, se sirven a temperaturas de siete a nueve grados debido a su carácter más seco, ácido y fresco.
En suma, que el champán debe degustarse frío, y ello debido a la facilidad con que sus burbujas y aromas característicos se debilitan cuando el licor sobrepasa las temperaturas antes citadas. A decir verdad, no es la única bebida alcohólica que se muestra exigente con el termómetro.
El vino tinto, por ejemplo, ha de servirse fresco, a temperaturas de entre doce y dieciocho grados, un rango demasiado amplio que los expertos definen cuando se trata de vinos jóvenes o más complejos. Con las variedades de uva blanca, se recomienda servir el vino a entre diez y catorce grados, mientras que el rosado se situaría entre los ocho y los doce, preferentemente.